Por qué apoyo la Cumbre Mundial Humanitaria de la ONU
Vemos las noticias y nos enteramos de la crisis humanitaria generada por millones de refugiados. Lo vemos como algo lejano. Nos da tristeza. Quizás hasta nos inspira compasión y nos dan ganas de ayudar. Sin embargo, sentimos que es algo ajeno, que miramos a la distancia, que no nos afecta ni nos podría pasar.
Nos equivocamos. La historia pone en evidencia cómo hay situaciones que quienes las vivieron, jamás imaginarían les pasarían a ellos. Desastres naturales, guerras civiles, epidemias y ataques terroristas son sólo algunas de las tragedias que generan una crisis humanitaria. Lamentablemente, en la actualidad hay 60 millones de personas desplazadas o refugiados. Es decir, 42500 personas cada día se ven obligadas a enfrentar situaciones y decisiones imposibles. Deben abandonar sus hogares, sus familias, sus amigos de toda la vida. No porque sean egoístas, sino porque la alternativa es quizás no sobrevivir. No poder encontrar una salida para luego ayudar a quienes no pudieron escapar. Si visitas impossiblechoices.org, entenderás por unos minutos lo complejo de estas decisiones que se limitan no a elegir el mayor bien, sino el mal menor.
Mi propia familia ha vivido en carne propia algunas de esas situaciones que uno cree que jamás le podría suceder a uno. En 1924, mi abuelo paterno apenas tenía 4 años y vivía en Kiev, Ucrania. Una noche su vida cambió para siempre. Sus padres (mis bisabuelos) decidieron abandonar su patria, su hogar, sus familias, todo, porque temían por sus vidas y que los bolcheviques se llevaran a mi bisabuelo. Esa noche mi abuelo, su hermano mayor y sus padres cruzaron el río Dnieper para no regresar jamás. El bote en el que escaparon se volcó y perdieron todo. Sin embargo, mis bisabuelos sentían que tenían que encontrar la manera de llegar a América. Finalmente lograron embarcarse rumbo a América pero no los aceptaron en Nueva York y terminaron llegando a Buenos Aires, Argentina, para empezar una nueva vida. Luego cruzaron la cordillera de los Andes para quedarse a vivir en Santiago, Chile.
Ellos no hablaban español. Tuvieron que aprenderlo. Empezaron de cero. Se adaptaron a su nuevo país, su nuevo idioma, su nuevo hogar. Reconstruyeron sus vidas. Fueron afortunados en poder hacerlo. Luego vendría la segunda guerra mundial y muchos de sus familiares y amigos perecieron. En 1992 visité Kiev y estuve en Babi Yar, donde miles de judíos fueron masacrados por los nazis y sus colaboradores. El 29 y 30 de septiembre de 1941, más de 33 mil judíos fueron asesinados allí. Si mis bisabuelos no hubiesen escapado, quizás yo no existiría para escibirles esta historia.
Sin embargo, Chile tampoco fue inmune a las divisiones y los enfrentamientos. La década de los 70 polarizó al país y terminó con la democracia. Mis padres dejaron todo y vinieron a EEUU en 1972. En El Paso, Texas, nacimos mi hermano y yo.
Gracias a los sacrificios de mis bisabuelos y mis padres, he crecido en libertad. Pude recibir una excelente educación. No olvido los sacrificios que ellos hicieron para que yo tuviera una vida mejor.
Esa gratitud es la que me inspira a ser parte del grupo de 18 campeones por la humanidad de la ONU, cuya misión es apoyar la Cumbre Mundial Humanitaria del 23 y 24 de mayo en Estambul, Turquía. Líderes de todo el mundo se darán cita para ver posibles soluciones para la mayor crisis humanitaria de la historia. Millones de personas, especialmente niños, sufren a diario por no poder volver a sus hogares o sus países. Ser refugiados no es una meta de nadie. Es el mal menor en medio de una tragedia. Espero que esta primera cumbre convocada por la ONU genere un cambio para superar esta crisis.
¿Te animas a que seamos más compasivos y elijamos ser más humanitarios?