Enfocarse en lo positivo no implica que todo está bien
Confieso que a veces me hago la loca y vivo mi vida como si no pasa nada malo ni extraordinario porque me enfoco en lo positivo. No se trata de que me guste engañar a los demás ni a mí misma. Para nada. Cuando decido tratar de ignorar el dolor o la frustración que siento, ya sea algo físico o psicológico, es para obligarme a avanzar. Creo en el poder de la mente y me he auto convencido de que si me quejo o me enfoco en lo negativo, no solo me baja el ánimo sino que también hace que me tarde más en recuperar lo bueno, sea la salud o el optimismo (o ambos). Además, con qué derecho me quejo si tengo una vida espectacular y mis dolores son temporales (espero). Tengo tantos amigos que lidian a diario con situaciones mil veces peores que me parecería un insulto estar quejándome cuando mis problemas son tan minúsculos comparados con los de ellos.
Así que fiel a mi filosofía de vida, he tratado de quejarme lo menos posible y en las redes sociales he compartido las fotos de lo que le agradezco a la vida: el amor de mi familia, la amistad, las puestas de sol, las pequeñas alegrías y los placeres cotidianos como un rico café. Lo positivo me trae felicidad, aunque sea a ratos, así que me deleito cada vez que se asoma el sol entre las nubes. Sin embargo, lo que no he compartido dice mucho más.
No he puesto más fotos de los moretones en mi pie después de lesionarme tres tendones. No he puesto la cara de dolor que pongo cuando piso con mi pie izquierdo. No pongo las fotos con cara de frustrada cuando trato infructuosamente de hacer menos de la mitad de lo que acostumbro a hacer en un día normal.
Tampoco puse fotos de mis lágrimas al decirle adiós a mi abuela ni me tomé un selfie con los ojos hinchados después de hablar en su funeral. Me di permiso para compartir ciertos recuerdos y después decidí no seguir con el tema. Mi pena la llevo por dentro y aflora cuando me enfrento a la realidad de que ya no está. Porque uno extraña más a quienes nos dejan conforme pasan los días.
La realidad que vivo en estos momentos me recuerda a cada instante que no importan los filtros que ponga -tanto a la hora de escribir y compartir algo, como a la hora de publicar una foto- la verdad es que hay mucho dolor y frustración en mi vida. Eso no se puede ocultar. Quizás lo disimulo con maquillaje o al cuidar mis palabras para no deprimir a los demás, pero eso no hace desaparecer lo que siento. Para alguien que está acostumbrado a correr de un lugar a otro, es un lío que se te complique algo tan básico como caminar. Te frena en un sentido literal y metafórico. Pero sé que es por un rato y no lo puedo controlar, así que estoy en proceso de adaptación. Me adapto a pedir ayuda, a usar zapatos que no me hagan daño, a hacer menos.
Por ahora admiro mis tacones desde lejos (no sé cuándo podré volver a usarlos) y cada decisión del día a día se guía por cómo me siento en ese momento. No estoy fingiendo que todo está bien pero les recuerdo que mi vida no es mi Instagram. Lo que comparto públicamente es lo que deseo compartir, lo que prefiero ver, en lo que me quiero enfocar. Y como mencioné, prefiero las sonrisas, la belleza y la amistad a lo que en estos momentos me duele. Enfocarse en lo positivo no significa que todo está bien, pero nos recuerda que en algún momento sí lo estará.