India, el amor de mi vida

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Daniel Yung en IndiaPor Daniel Yung Hoffmann

Cuando compartí con mi esposa el título de esta columna, al momento de leerlo, me comentó “desde cuando me dices India”.  Es un reflejo de lo difícil que es poder explicar, transmitir y expresar lo que se vive (y muere) a cada minuto en ese país.

Mi primera experiencia en Asia fue el año 1997. Estaba recién titulado de la Universidad. Tuve la suerte de que mi padres me ofrecieran financiarme un mes de viaje por Europa, lo cual cambié por 3 meses en Asia que finalmente y alojando en hoteles de US$1 por noche, terminó en una increíble aventura de nueve meses por el sudeste asiático.

El recorrido comenzó en China, Macao, Hong Kong, luego Filipinas, Vietnam, Laos, India y terminó en Nepal. Todos estos países y regiones son de culturas fascinantes, diversas en idiomas, religiones, comidas e incluso con una extraña mezcla asiática/europea debido a colonias (algunas ex) de Francia en el caso de Laos, Portugal en Macao y Filipinas e Inglaterra en Hong Kong e India.

Diferentes caminos

Este viaje lo hice con dos ex compañeros de universidad. En Laos, antes de viajar a India y después de 6 meses juntos, cada uno decidió tomar rumbos diferentes. Alfonso partió a Katmandú-Nepal a un centro budista, en el cual debería permanecer en silencio por dos semanas. Francisco por su lado quería acelerar el ritmo del viaje porque extrañaba en ese entonces a su futura señora. Yo, por mi lado, decidí que la India sería mi destino, específicamente Calcuta. No tengo muy claro qué me llevó a elegir esta sobrepoblada ciudad de aproximadamente 14 millones de personas (capital de India hasta 1911) y tampoco sabía lo que me esperaba.

India por daniel yungEl primer día ya en Calcuta, compré un libro en la calle. Se notaba que era una mala copia pero me llamó la atención. Era “La ciudad de la alegría” de Dominique Lapierre. Lo fui leyendo en paralelo mientras iban pasando los días y comenzando mis experiencias en Calcuta. El libro es tan real y logra describir tan bien lo que se vive en esta ciudad, que a veces y en pequeños instantes, me confundía entre lo vivido y lo leído.

En fin, me alojé en un hotel muy básico, sin embargo lo que realmente me impresionaba era tener que saltar (literalmente) a la gente que dormía en la calle para poder ingresar al hotel.

“El adoptado”

Poco días transcurrieron hasta que decidí vivir la experiencia de trabajar (o al menos tratar de aportar) en la Organización de la Madre Teresa de Calcuta. No recuerdo como dí con la dirección, pero sí que toqué un portón por largo rato, hasta que una monja me abrió. Cabe destacar que yo soy judío (no religioso pero practicante) y tengo que confesar que en algún momento pensé que esta organización liderada por devotas católicas se podrían haber visto un tanto incómodas con mi incorporación. Sucedió todo lo contrario y más bien fui “adoptado” y pasé a ser algo así como “el preferido”, o al menos así lo sentí yo.

Vivencias en IndiaLas experiencias fueron muchas, pero hay tres vivencias que marcaron mi vida. La organización agrupaba a los voluntarios según sus habilidades, experiencias y conocimientos para enviarlos a diferentes centros de niños huérfanos, enfermos terminales, leprosos  y otros grupos necesitados. Al terminar una jornada en uno de estos centros, me asignaron lavar la ropa, lo cual se hacía literalmente en el techo de uno de los edificios y en grandes barriles donde se hervían kilos y kilos de ropa. Me encontré aleatoriamente en la azotea con otro voluntario, una persona que ya no recuerdo su nombre, un hombre relativamente mayor, de unos 65 años. Después de conversar e intercambiar las típicas frases políticamente correctas, no aguanté y decidí preguntarle “por qué estás aquí”. Dejó de lavar, se sentó y me respondió “mi esposa falleció hace un par de años y no la he podido olvidar”. Me senté junto a él, en la azotea de ese edificio que se estaba cayendo a pedazos, no dijimos una palabra mas, pasaron 45 minutos, luego se paró y se fue. Nunca más lo volví a ver.

 

Sonrisas como agradecimiento

Niño en la IndiaTodas las mañanas caminábamos en grupos de voluntarios desde el hotel al Centro de La Madre Teresa entre angostas calles, la gente nos abrazaba, se nos tiraba a los pies, los niños descalzos, sin camisa, pero siempre con una sonrisa en sus lindas caras. Era su manera de agradecer, de decir gracias por estar, por venir, por ayudar, porque te importa, gracias por mirarnos (aunque increíblemente una de sus castas se llame “intocables” o untouchables). Las lluvias monzónicas ya habían comenzado y el mismo trayecto lo hacíamos con las calles inundadas. Dado que no existía alcantarillado subterráneo, toda la basura y desagüe subían con el agua, generando un colapso total.

Se rumoreaba entre los voluntarios que la actividad mas popular era “lavar a los niños en la calle”. Por alguna razón había cupos limitados y siempre era difícil ser seleccionado. Averigüé y me inscribí,  hice mi lobby y como recordarán yo era el “adoptado”,  así que lo logré. Este encuentro se hacía el domingo en el centro de Calcuta, donde existía una pequeña pileta de agua; me recomendaron llevar muchos dulces.

Comenzaron a llegar muchos pero muchísimos niños pequeños. Todos observaban desde la distancia, como si tuvieran temor. Las golosinas sirvieron para romper el hielo. Todos los voluntarios ya lavaban a 4 o 5 niños a la vez. Miré a mi alrededor y observé a algunos pequeños que miraban desde lejos, les estiré mi mano llena de dulces, entendí que era la llave mágica, se acercaban, sacaban una golosina y luego se alejaban rápidamente y así, hasta que entre sonrisas nos comenzamos a comunicar. Saqué mi arma (esponja con shampoo) y les comencé a la lavar sus caritas, su pelo, su cuerpo, todo se había transformado en un juego para ellos, se reían mientras los lavaba, uno tras otro… Miles de ellos pasan cada domingo por ahí.

Experiencias en la IndiaHabía llegado el día de partir, nos abrazamos entre todos y nos juramentamos seguir en contacto. Las Monjas me dieron un regalo especial, una foto de La Madre Teresa de Calcuta (quien está enterrada en su mismo hogar donde actualmente funciona el centro) firmada por ella, un regalo reservado para personas que según ellos, hicieron un gran aporte o dejaron una huella en su camino.

Ya arriba del avión, me sentía mal, algo no me cerraba, mi pecho estaba apretado y no entendía por qué. Después de darle varias vueltas entendí lo que me ocurría. Había tocado ese portón de la organización de la Madre Teresa de Calcuta con la ilusión de poder ayudar, aportar en todo lo estuviera dentro de mis posibilidades y capacidades. Sin embargo, me había dado cuenta que mi aporte había sido marginal frente a este mar de necesidades extremas. Yo me había ido de Calcuta, lleno de vida, de emociones, sensaciones, aprendizajes y lleno de tantas y tantas cosas. Me sentía egoísta, recibí infinitamente más de lo que pude aportar.

Regresé a Chile y comencé mi carrera profesional. A los 2 años ya me habían trasladado a EEUU y desde ahí -por mi trabajo- tuve la suerte de visitar muchos países especialmente asiáticos, pero nunca más volví a la India. Hasta este año.

Un nuevo viaje a la India

En mayo, nuevamente la suerte golpeó mi puerta y el gobierno indio me invitó a una feria farmacéutica en Bombay. Era mi oportunidad de volver después de 17 años y así fue. Volé en Emirates, no pedí repetición de comida como solíamos hacerlo en aquella época, me alojé en un hotel de lujo, me trasladaba en taxis con aire acondicionado y comía en restaurantes caros para extranjeros.

Viaje a IndiaOrganicé mi corta agenda para tener el tiempo de buscar el destino, como en aquella época, sin rutas predefinidas y sin pensarlo demasiado. Visité algunos puntos de interés en la ciudad, miré y observé mucho, conversé con la gente, fui a las principales estaciones de trenes, visité un Slum (poblaciones de mas de 1 millón de personas que viven en la miseria), acompañado de un estudiante que sustentaba sus estudios y ayudaba a su familia con estos recorridos.

Me sorprendí cómo dentro de aquellas ciudades llenas de pobreza florece el emprendimiento, impulsado por la necesidad extrema. Han sido capaces de desarrollar una verdadera una industria de reciclaje sin mayores elementos ni capacitaciones.

Nuevamente me encuentro arriba del avión saliendo de India, han pasado 17 años y mucha agua bajo el puente desde mi primera visita. Ya tengo 42 años, mi papá falleció de ELA y me casé dos veces.

En la India, en cambio, pocas cosas parecen haber cambiado: sigue el fanatismo religioso, el colapso en la calles, la basura, el concierto de bocinas y la extrema pobreza (realmente, miseria).

Sin embargo, tampoco ha cambiado la sonrisa de los niños, la amabilidad de la gente y su impresionante espíritu de superación. Hoy esa ilusión está potenciada por un nuevo presidente recientemente elegido de origen humilde, quién sirvió té (Chai) en las calles como los hacen hoy millones y millones de personas en “La ciudad de la alegría”.

Y lo que sin duda tampoco ha cambiado, es mi amor por ese país.

Sobre Daniel Yung

No soy periodista, tampoco un comunicador, ni menos un artista ni un escritor profesional. Me gradué de Ingeniero Civil industrial en Chile, generalmente una carrera orientada a los números y más bien estructurada. Mi vida profesional la he desarrollado como ejecutivo de grandes corporaciones y desde hace 5 años, como empresario en las industrias farmacéutica, inmobiliaria y de las bebidas gaseosas. Pasé 4 años radicado en Miami, 2 en Ecuador, lo que a estas alturas, representa casi un 15% de mi vida. Con estos datos, ya pueden calcular mi edad…

Nota de la editora: Conozco a Daniel desde hace años y cuando vi sus fotos durante su última visita a India, le pedí que por favor se atreviera a escribir este artículo, ya que deseaba compartir sus vivencias con ustedes. Espero que les  guste su testimonio. Y gracias a Danny por la confianza depositada en mí. – Jeannette

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