Lo que nadie me dijo que sentiría cuando huyes de un huracán
Cuando vi que el huracán Irma se convertiría en una tormenta de categoría 5, mi mente entró en modo de emergencia. Reservé billetes de avión utilizando mis millas a la única ciudad que pude (Dallas), me puse a investigar los hoteles en los que podía reservar con puntos de la cadena Starwood, y después comencé a hacer las maletas. Sentía que era imperativo mantener a mi familia a salvo. Aún sabiendo que las tormentas pueden ser totalmente impredecibles, como fue Irma, había una voz en mi interior que me decía que me fuera.
Cuando nuestro vuelo original fue cancelado, el terror me invadió. La ansiedad asomó su fea cabeza. La situación se hizo incluso más alarmante. Después de dos horas en el teléfono con American Airlines, un nuevo vuelo abrió y pudimos conseguir asientos para mi familia. Significaba salir un día antes, así que todos nuestros preparativos de huracán necesitaban hacerse con rapidez. Incluso si planeábamos evacuar, teníamos que comprar suministros porque no había garantía de que nuestro vuelo despegara. Las colas o filas para la gasolina eran larguísimas. Los estantes de las tiendas estaban vacíos. Cuando llegaba agua al supermercado, entre los amigos nos avisábamos vía WhatsApp y mensajes de texto. Sentía que merecía una medalla cuando conseguí pan, mantequilla de maní y mermelada.
Mi marido cerró las persianas protectoras de las ventanas en tiempo récord, metió todas las plantas pequeñas en la sala de estar y aseguró cualquier objeto suelto. Decidimos que sólo debíamos de llevar una maleta de mano cada uno por si tuviéramos que cambiar de vuelo. Significaba examinar atentamente cuáles eran nuestros verdaderos elementos esenciales. No había sitio para nuestro álbum de bodas, pero pusimos nuestras fotos en un recipiente de plástico gigante, lo sellamos y lo guardamos en el segundo piso.
Mi lado práctico tomó el control yse puso manos a la obra, incluso cuando sentía que el reloj hacía cuenta regresiva.
El día que evacuamos fue surrealista. Sentía un nudo en la garganta cuando cerramos la puerta de nuestra casa. Las cosas materiales pueden ser reemplazadas, pero nuestro hogar es mucho más que un techo sobre nuestra cabeza. Sin embargo, no me permití venirme abajo. No era el momento de dejar que las emociones me dominaran. Mis hijos me estaban observando de cerca, así que no me lo podía permitir.
Nos dividimos para poder cuidar a nuestros propios padres. Mi marido estaba a cargo de mi hijo y mi suegra, mientras mi padre estaría con mi hija y conmigo.
El aeropuerto estaba más repleto que nunca, pero milagrosamente encontramos un estacionamiento en un piso alto. La fila de seguridad de la TSA era corta y todo el personal del aeropuerto hizo todo lo posible para ser amable. ¡Nunca había visto tantos perros en el Aeropuerto Internacional de Miami! Algunos eran perros de servicio, otros eran amadas mascotas que sus dueños lograron que subieran a sus vuelos. Cuando compré un sándwich y le agradecí a la señora que me ayudó durante un momento tan estresante, ella se puso a llorar y me agradeció a MÍ por ser tan amable con ella. Otro cliente le había gritado cuando le pidió que le repitiera el pedido. Yo estaba horrorizada, pero la verdad es que no me sorprendió.
En ocasiones como éstas, vemos lo mejor y lo peor de las personas.
Esperamos, esperamos y esperamos el momento de abordar. Un retraso siguió al otro y el temor me invadía. Si nuestro vuelo era cancelado ¿cómo conseguiría asientos para todos en otros vuelos? ¿Dónde podríamos ir conduciendo? Ver las noticias de la CNN no ayudaba, ya que Irma se fortaleció y parecía estar dirigiéndose directamente a Miami.
Después de un retraso de cuatro horas, el pánico amenazaba apoderarse de mí. Decidí no hacerle caso. Pasó otra hora y mis hijos esperaron pacientemente. Como cualquier adolescente, mi hijo incluso tomó una siesta. Una vez que finalmente abordamos y nos sentamos, las emociones contenidas traían lágrimas a mis ojos. El espacio aéreo se cerró durante una hora más y no dejaba de orar. Cuando dieron permiso para despegar, sentí que habían escuchado mis oraciones. Mi hija extendió la mano sobre la mía y me la apretó. Tenía ganas de llorar, pero de nuevo contuve las lágrimas. Después de todo, con el alivio surgió la culpa.
Sí, la culpa. Nadie te dice lo culpable que te sientes cuando te vas y desalojas tu hogar. Todos hacemos lo que podemos para mantener a salvo a nuestros seres queridos, pero en emergencias como éstas, te sientes extremadamente privilegiado de poder siquiera prepararse para un huracán y tener un plan para irse.
Comprar suministros es caro. Tener tiempo para prepararse es un lujo. Reservar billetes para volar adonde sea es casi imposible a menos que planees antes de que todo el mundo comience a entrar en pánico. Conseguir una habitación de hotel en un lugar más seguro que tu casa es como ganar la lotería. Incluso tener un auto o coche en buenas condiciones con un tanque lleno de gasolina te hace sentir como si fueras uno de los más afortunados. Se puede sentir claramente la división que hay entre los que tienen y los que no, entre los planificadores y los procrastinadores, los que son capaces de prepararse y los que por diferentes razones, no pueden.
Porque ser capaz de salir es un lujo en sí mismo. Muchas personas que quiero ni siquiera tuvieron esa opción. Algunos tenían miembros de la familia enfermos que tenían que cuidar, mascotas que no podían dejar atrás, u otras responsabilidades que requerían que se quedaran. Policías, enfermeras, bomberos, médicos, guardias costeros y las personas en los que confiamos durante los tiempos difíciles? Todos se quedaron. Al igual que los periodistas y los meteorólogos, no para conseguir más puntos de ratings en la TV, sino para mantener a todos informados.
Va más allá de tener dinero para emergencias como éstas. Si esperas hasta el último minuto, no importa que tengas todo el dinero del mundo, es imposible dejar el sur de la Florida. Irma era tan grande y errática que todo el estado estaba en riesgo.
Al final, nos salvamos de lo peor, mientras que otros perdieron sus hogares. Y la culpa aumentaba. Mientras mirábamos las noticias y chequeábamos a nuestros amigos y familiares que se quedaron, nuestra ansiedad iba en aumento. Emocionalmente, me sentía demasiado frágil y otra vez, demasiado culpable. Una amiga me ayudó con sus palabras cuando me dijo que estaba contenta de que hubiéramos salido y que debíamos sacarle el máximo provecho a nuestro viaje a Dallas. Me dijo que disfrutar de mi familia no me hacía una mala persona. Después de todo, yo estaba haciendo lo que pensaba que era mejor para nuestra familia y que necesitaba entender que no puedo salvar al mundo ni controlar a la Madre Naturaleza.
Sabíamos que tuvimos la suerte de que nuestro viaje de familia terminó siendo una vacación familiar sorpresa. Nos sentíamos raros en Dallas y buscamos lugares que conocíamos para sentirnos mas tranquilos. Terminamos comiendo en restaurantes que tenemos en Miami. Extraños y amigos nos ofrecieron sus hogares, su comida, su ayuda y su amabilidad. Todo parecía demasiado intenso. Hasta el gesto más mínimo de amabilidad lo sentía como gigantesco.
También tuvimos la gran suerte de volver el mismo día que el aeropuerto de Miami reabrió sus puertas. Esto no siempre se da. A muchas amigas les cancelaron sus vuelos y recién regresaron días después. Lo que no me esperaba es darme cuenta del gran alivio que fue poder volver a casa como estaba planeado.
¿Tomamos la decisión correcta? Siento que lo hicimos, pero fue la decisión correcta para nosotros. Nunca diré que era la mejor opción para todos. La lección más grande que aprendí sobre huir de un huracán es que tienes que confiar en ti mismo para tomar las mejores decisiones para tu familia, y luego actuar rápidamente, pero no apresuradamente. Incluso si la tormenta cambia de rumbo, lo que Irma hizo constantemente, sepa que lo hice lo mejor que pude, cuando pude, con lo que tenía. Eso es lo que me dio tranquilidad y paz mental.
Un agradecimiento especial a todo el mundo en Dallas que nos prestó una mano y para todos los que estaban pendientes de nosotros.
In English: What Nobody Told Me About Fleeing A Hurricane