Los padres también deben tener límites
Cuando nos convertimos en padres o madres, nos sentimos responsables de todo lo que le ocurra a nuestro(a) hijo(a). Mal que mal, ese ser minúsculo depende de nosotros para subsistir. Si nos olvidamos de alimentar a nuestro bebé, simplemente no comerá. Ni hablemos de los cambios de pañal.
Lo que a veces no nos damos cuenta, es que parte de nuestro deber como padres es darle herramientas a nuestros hijos para que sean independientes y puedan valérselas por sí mismos. No basta con amarlos, alimentarlos y cuidarlos. Les estamos fallando cuando no dejamos que se caigan, porque necesitan aprender a levantarse. Tampoco les hacemos un favor cuando hacemos las cosas por ellos.
La gerenta de operaciones de Facebook, Sheryl Sandberg, hace poco contaba en un evento para promover su libro Option B, escrito junto a Adam Grant, que hasta hay padres que le solicitan el trabajo a sus hijos recién graduados de la universidad. Peor aún: hay quienes acompañan a sus hijos a las entrevistas de trabajo. No sólo demuestra hasta dónde ha llegado la moda de la crianza estilo helicóptero (helicopter parenting), sino que deja en evidencia que hay una generación que depende de sus padres para todo. Se sienten incapaces de hacer las cosas sin la ayuda de mamá o papá.
Hace un año conocí de pura casualidad a Jessica Lahey, autora de The Gift of Failure, educadora, escritora y una mujer sencillamente extraordinaria. Al hojear su libro, le rogué que lo tradujera al español. ¿Por qué? Porque muchas mamás latinas en particular necesitamos darnos cuenta de que cada fracaso esconde una enseñanza, no sólo para nuestros hijos, sino para nosotros mismos. Necesitamos ayudar a que nuestros hijos desarrollen herramientas emocionales para enfrentar la vida y las dificultades que son parte del día a día. Ya no hay excusas para no leerlo porque Jessica Lahey logró que Harper Collins publicase su libro en español, llamado El regalo del fracaso. Se los recomiendo 100% en cualquier idioma y pueden comprarlo aquí. Ella misma cita al psicólogo Michael Thompson en otro artículo escrito para The Atlantic en el cual explica qué no podemos hacer por nuestros hijos.
Todo esto lo menciono porque nadie nos enseña a ser padres o madres, pero debemos asumir que es nuestra responsabilidad aprender. No bastan las mejores intenciones que nacen de un amor profundo, puro e incondicional. Por lo menos así describiría el amor que siento por mis propios hijos. Tenemos que aprender nuestros límites como padres. Así como les enseñamos a los niños qué está permitido en nuestra familia y qué no, tenemos que darnos cuenta de que por más que querramos y hasta podamos hacer todo por nuestros hijos, no debemos hacerlo.
No les hacemos ningún favor a ellos ni a nosotros mismos. Aunque luches contra tu instinto de mamá, deja que tu hijo aprenda las consecuencias de sus acciones, de sus tropiezos, de sus errores e incluso de las acciones de los demás. No podemos proteger a nuestros hijos del sufrimiento, de la injusticia, de las bromas crueles ni de las dificultades de la vida. Sin embargo, sí les podemos enseñar que son más fuertes de lo que creen o que los errores se pueden reparar. Necesitamos que aprendan que aunque tenemos cero control sobre las acciones de los demás, sí podemos controlar nuestras reacciones y qué hacemos después de sufrir. Más importante aún: no importa cuántas veces nos caemos, siempre podemos levantarnos. Quizás algunas veces las caídas serán tan feas que necesitaremos un poco de ayuda para levantarnos o sanar y para eso estamos los padres. Para amar incondicionalmente. Y ese amor ayuda a curar muchas heridas y a no desistir cuando el mundo lo vemos completamente adverso.
Si hay algo que podemos y debemos hacer como padres, es amar sin límites. ¿Estamos de acuerdo?