Los regalos inesperados de la lactancia materna
Cuando finalmente me embaracé, decidí que haría todo lo posible por darle de lactar a mi bebé, porque estaba convencida de que la lactancia materna era el mejor regalo que le podía dar a mi bebé. Sin embargo, ¡me equivoqué de tantas maneras!
Primero que nada, el mejor regalo que una le puede dar a su hijo es su amor incondicional. Amar a tu bebé a pesar del llanto, del cansancio y de la frustración. Cuando pasan los años, el desafío tampoco es menor, porque nadie nos garantiza que nuestros hijos sean como los soñábamos. Ponemos lo mejor de nosotras pero llegará el momento en que los bebés crecen, se convierten en adultos y vuelan con alas propias. Por otra parte, me entristece ver cómo a muchas madres que no amamantan a sus bebés se les señala con el dedo, como si fueran peores mamás. Ya es hora de que dejemos de juzgar a los demás y menospreciar el amor que sienten esas madres por sus hijos.
Esto no quiere decir que la leche materna no es un regalo increíble. Lo es. No solo por los nutrientes que tiene, sino porque amamantar a tu hijo es un acto de amor impresionante. Es entrega total. No voy a ahondar en los estudios científicos ni en las frases de los médicos porque al final de cuentas lo que más me maravilló de la experiencia de darle pecho a mis dos hijos fue la conexión que sentí al entregarles todo de mi ser para poder alimentarlos.
Sin embargo, la lactancia materna me dio un regalo sin igual a mí, más que a mi bebé. Fue la primera vez que sentí que mi cuerpo funcionaba como debía. Embarazarme había sido un milagro, al igual que mantenerme embarazada. Luego de años de sentir que estaba atrapada en un cuerpo malogrado, en una máquina que se había echado a perder y que se rehusaba a responder a los arreglos que trataba de hacerle, finalmente era capaz de hacer lo que se esperaba de él. Mis pechos alimentaban a mi hijo (y años después a mi hija) de una manera milagrosa. Mentiría si dijera que fue fácil, porque no lo fue, pero el esfuerzo valió la pena. Después de las primeras semanas se me hacía tan fácil darle el pecho a mi bebé que era absolutamente maravilloso.
Hoy veo a mis hijos, ya por cumplir 12 y 9 años y recuerdo los momentos en que debía detenerme y concentrarme solo en ellos y en alimentarlos. Recuerdo cuando mi hijo se agarraba su pie o aplaudía de felicidad cuando veía que le tocaba su leche. Recuerdo cómo mi hija me miraba y a los cuatro meses se sonreía mientras le daba el pecho. Recuerdo la contradicción que sentía al destetar a mi hijo, porque me entristecía acabar esa etapa tan especial pero a la vez sentía que mi cuerpo me volvía a pertenecer a mí.
Los regalos que me dejó la lactancia materna después de amamantar a mis dos hijos no los olvidaré nunca, porque esos recuerdos me acompañarán toda la vida.
Foto: Mary Stone.