Gracias a la vida y mis padres: mi historia de inmigración

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Mis padres me han dado muchos regalos en mi vida que les agradezco, como mi educación, pero quizás el que más me marcó fue el que me dieron cuando nací en los Estados Unidos. Cuando decidieron dejar su Chile querido en 1972, en medio de la creciente tensión política y social que culminaría en el golpe militar del 73, emigraron a una pequeña ciudad en Texas llamada El Paso. Allí mi papá obtuvo su MBA y mi mamá le ayudaba con el inglés. Con mucho esfuerzo mi padre no sólo se graduó, sino que terminó siendo profesor de la Universidad de Texas en El Paso. No dejo de sentir admiración por él, porque llegar a un nuevo país, sin dominar el idioma y sin conocer a nadie más que a su esposa, es tremendamente difícil. Además, el dinero no abundaba y tanto mi mamá como él trabajaban muy duro con tal de salir adelante.
Mi hermano y yo nacimos en El Paso y pasamos los primeros años de nuestra infancia allí. Guardo los más lindos recuerdos de esa etapa, aunque sé que no teníamos muchas cosas. Luego nos mudamos a Miami y en 1980 mis padres decidieron que nos trasladaríamos a Santiago, en Chile. Tenía tan solo siete años pero me dolió dejar mi país, mis amigos y todo lo que me era familiar.
Allí comenzó mi sensación de no ser de aquí ni de allí, ya que a pesar de ser bilingüe, yo no me sentía chilena ni mucho menos. Por suerte mis padres me enviaron a estudiar en un colegio americano y así logré mantener mi inglés y dominarlo casi tanto como el español. Curiosamente, tuve que aprender a redactar en castellano y nunca pensé que me ganaría la vida escribiendo en español cuando creciera. Me imagino que la profesora particular que se quedaba conmigo después de que acababan las clases habituales en el Santiago College tampoco imaginó que esa niñita de siete años sería periodista o que sería considerada una de las top blogueras latinas (mal que mal ni siquiera existía el término blog, blogger o bloguera).
Diecisiete años después, decidí regresar a los Estados Unidos. Nuevamente me sentí como una especie de inmigrante porque tuve que dejar en Chile a mi familia y mis amigos para hacer realidad mi sueño. Quería estudiar una maestría, me había enamorado de quien sería mi marido en Miami y sentía que en EE.UU. podría de verdad desplegar mis alas.
Desde 1997 que mi casa está en Miami y es allí donde he formado mi familia y estoy criando a mis hijos. He logrado más que lo que me había atrevido a soñar, ya que aun siento que en EE.UU. Hay oportunidades que no se dan en otros países. Por más que quede un largo camino para que más inmigrantes se sientan recibidos con los brazos abiertos como fueron recibidos mis padres, éste sigue siendo un país donde uno puede soñar y mediante su propio esfuerzo lograr salir adelante.
Ya no me siento que no pertenezco en ningún sitio. Al contrario, me siento tremendamente agradecida por tener dos hogares, porque tanto en EE.UU. como en Chile me siento como en casa. Por eso le doy gracias a la vida y especialmente a mis padres, porque gracias a sus esfuerzos y sacrificios estoy donde estoy y he logrado ser quien soy.
Hoy comparto mi historia no sólo para agradecer a este país todas las oportunidades que le ha dado a mi familia, sino también para que se abran las puertas a más inmigrantes como lo fueron mis padres y juntos hagamos crecer a este maravilloso país. Me uno a las voces de las demás top blogueras de LATISM (Latinos in Social Media) para reflexionar sobre las tareas que están pendientes y ver cómo nuestras historias de inmigración son un testimonio de los sueños, sacrificios y logros de quienes día a día trabajan por conseguir sus metas.

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