Septiembre trae lágrimas de alegría y de dolor
Septiembre me trajo uno de los milagros más maravillosos: mi hija Sofía. Verla crecer es un hermoso recordatorio de cómo la vida sigue y del poder del amor. Estoy tan agradecida por su existencia, porque llegó al mundo en un mes que me produce sentimientos encontrados.
Me da una tristeza enorme que mi primo Steven no la llegó a conocer. Falleció tan solo cuatro días antes de que mi hija naciera. Tan solo cinco días antes de su propio cumpleaños. Cada vez que mi hija sopla y apaga sus velitas, pienso en Steven y desearía poder cantarle cumpleaños feliz el 13 de septiembre. Lo echo tanto de menos.
Además está el 11/9/01 o “9/11” como se le llama en EE.UU. Ese día cambió todo. El mundo que conocía se rompió en mil pedazos y produjo una pérdida irreparable en la vida de tantas personas que quiero o que conozco. Fue el único día en el que me cuestioné si acaso quería ser madre.
Sin embargo, años antes de ese 11 de septiembre que me llena los ojos de lágrimas al recordar a quienes fallecieron y los héroes que trataron de salvar a más personas, otro país también sufrió un cambio radical el 11 de septiembre pero de 1973: Chile. Es un día lleno de dolor para tantos, mientras que otros lo ven como un nuevo comienzo. Mi propia familia de dividió entre lo que sucedió antes y después del golpe militar. Nací en los EE.UU. en gran parte por el avance del socialismo y el comunismo que empujaron a mis padres a dejar Chile. Luego de Pinochet, otros familiares fueron exiliados o torturados.
Así que septiembre me llena los ojos de lágrimas. Lágrimas de felicidad cuando pienso en mi hija y del amor que ha traído a nuestra familia. Lágrimas muy tristes cuando recuerdo a mi primo, los momentos que vivimos juntos y los que no pudimos llegar a compartir. Y lágrimas llenas de dolor cuando pienso en el padre de mi amiga, las bodas a las que no pudo asistir y los nietos que nunca llegó a conocer.
Al final, la dicha logra ganarle a la pena, porque con cada sonrisa, cada abrazo y cada beso, mi hija me demuestra que el amor puede triunfar.
Dedicado a Steven Fosk y Herman Sandler.
Fotos: Jeannette Kaplun