Cómo el bullying me cambió para siempre
Hay quienes me preguntan por qué me preocupa tanto el bullying o acoso escolar. Otros, no pueden creer que durante dos años fui el objeto de las más crueles burlas cuando estaba en quinto y sexto de primaria. Aunque ya he contado un poco de mi historia, por primera vez abro mi propio baúl de los recuerdos para contar cómo el bullying que sufrí cuando tenía 9 y 10 años me afecta hasta el día de hoy.
Organizar eventos me pone híper nerviosa y ansiosa, porque tengo pánico de que nadie venga. Ser el centro de atención hasta hoy me pone incómoda porque me da miedo hacer el ridículo. Durante muchos años hasta me alisaba el pelo para poder parecerme más a quienes me rodeaban.
Sin embargo, no he dejado que esos miedos controlen mi vida. Es cosa de ver mi carrera. Elegí estar al frente de las cámaras, hablando en escenarios, presentando eventos. Hace años me reconcilié con mis rulos y amo mis rizos. Claro que sigo trabajando en mejorar cada día más, pero no siento que dejé que mi pasado me controlara.
Si escribo esto, no es para darle pena a nadie ni busco la simpatía de nadie. Por suerte he hecho las paces conmigo misma luego de mucha terapia y reflexión. He aceptado que no puedo cambiar lo que sucedió, cómo reaccioné en ese momento y finalmente comprender que no había nada que hubiese podido hacer para evitar los hechos que me atormentaron a un nivel que pocos sospechan. Esa lección ha sido fundamental para alguien como yo que ha sufrido de bullying: saber que no lo provocaste y que NO ES TU CULPA.
Lo que me motivó a realmente escribir de un momento muy triste y traumático fue darme cuenta de cuánta gente todavía cree que el bullying es normal. Que los medios de comunicación exageran sobre los efectos del acoso en los niños y jóvenes. Creen que porque es tan común, que es normal. Otros creen que es necesario pasar por ello para hacerse fuertes, como si fuese un mal necesario.
Espero que mi historia les abra los ojos y sensibilice sus corazones. Ojalá que por lo menos los padres y los adolescentes entiendan que las bromas crueles o la exclusión de manera sostenida y sistemática dejan cicatrices de por vida.
Todos podemos aportar un grano de arena para reducir la incidencia del bullying. Sobretodo, creo que podemos y debemos ayudar a las víctimas del bullying para que puedan transformar algo tan negativo en algo más constructivo. Podemos aliviar el dolor.
Ser vulnerable no me es fácil porque fui objeto de innumerables burlas. El problema fue aún mayor porque no es lo mismo caerse de la parte más alta de las escaleras que del escalón más bajo. Cuando sucedieron los episodios más dolorosos, yo me sentía como una reina (o como dicen en Chile, el hoyo del queque) porque me había mudado hace poco de EE.UU. a Chile, me había saltado dos grados y mi pelo rubio y rizado llamaba la atención. Mis notas eran sobresalientes e incluso fui la única niña a la que le permitieron acceder a un curso de computación para aprender Logo en las flamantes computadoras Apple IIe de mi colegio. En esa época, acceder a una computadora era un lujo y un privilegio. ¡Estaba tan orgullosa de mi misma!
Pensé que me había hecho de un increíble grupo de amigas que siempre eran el alma de la fiesta. Me equivoqué. Eran increíblemente crueles cuando decidieron que ya no eran mis amigas.
La minifalda
Hasta hoy me cuesta relajarme en la pista de baile. Antes, bailar era mi pasión, pero en las fiestas me pongo demasiado tensa. Suena ridículo pero es como si mi subconsciente me recuerda de aquella fiesta en quinto grado. Ya me había acostumbrado a que nadie me sacara a bailar pero igual iba a las fiestas que me invitaban. Me puse mi conjunto favorito, una mini falda y un polerón (sweatshirt) amarillos de Esprit. Esperaba que esa fiesta fuese diferente a las anteriores.
Cuando un compañero de curso me sacó a bailar, no te imaginas mi alegría. Era el payaso de la clase pero nos llevábamos bien así que no me extrañó demasiado.
¡Qué ingenua fui!
Mi alegría muy pronto se transformó en horror y humillación.
Cuando estábamos bailando, llegó y me levantó la falda para que todos pudieran ver mi ropa interior.
Las risas y miradas cómplices de inmediato me hicieron ver que todo había sido fríamente calculado. Con lágrimas escurriendo por mis mejillas, que no lograba detener, salí corriendo de la zona de baile del salón de la casa y llamé a mis padres para que me vinieran a buscar.
Nunca más me puse esa mini amarilla.
La fiesta de disfraces
Las cosas andaban de mal en peor en el colegio pero seguí tratando de hacer nuevos amigos. Ya era normal que no me invitaran a fiestas de cumpleaños o reuniones de fines de semana. Cuando una de mis compañeras del grupo de ex amigas me invitó a su cumpleaños, me emocioné mucho porque pensé que las cosas habían cambiado. ¡Era un milagro! Ella me dijo que era una fiesta de disfraces, por lo que era importante que empezara a planear cómo me vestiría.
Mis padres estaban de viaje, así que le pedí a la esposa de mi abuelo que me llevara de compras. En el Chile de los 80, todavía no había un mall como los de hoy, sino pequeñas galerías, por lo que nuestras opciones eran limitadas. Encontramos en un lugar llamado Caracol VIP una pequeña tienda de disfraces donde me enamoré de un vestido de princesa de encaje rosado. Quería lucir bonita y tener el disfraz más hermoso de todos, así que a pesar de que era muy caro, le rogué hasta que se rindió.
Cuando llegué a la fiesta de cumpleaños, era la única disfrazada. Una vez más, se habían hecho una broma para burlarse de mí.
Cada vez que veo la escena en Legally Blonde en la que el personaje de Reese Witherspoon va a una fiesta de la Escuela de Derecho de Harvard vestida como un conejito rosa pensando que es una fiesta de disfraces, me lleva a ese día gris y frío en el que me invitaron a una fiesta para ridiculizarme. Sin embargo, Elle Woods manejó la situación como me hubiese gustado a mí: con aplomo y sin pelos en la lengua.
Confieso que cada vez que hay un evento, me aseguro de averiguar cómo irán vestidos todos. Antes era peor, porque me estresaba el solo pensar que estaría fuera de lugar. Estar vestida adecuada y apropiadamente consumía mucho tiempo pero finalmente puedo decir que me pongo lo que me gusta, sin tener tanto pánico de desubicarme.
Encerrada
A medida que avanzaban los días y las semanas, el bullying empeoraba en el colegio. Ser la más joven de mi clase ya no era algo positivo. Le dio a mis ex amigas más material para torturarme. Decían que yo era un bebé, o me gritaban que debería usar pañales. El pelo que antes todos decían que era bonito, ahora era objeto de burlas. Era demasiado voluminoso. Demasiado rizado. Demasiado diferente.
El recreo de la hora de almuerzo era lo peor. Almorzar sola no era lo que más me atormentaba. Lo importante era encontrar cómo esconderme de las burlas y las bromas pesadas. Uno de mis escondites era mi salón de clases.
A veces, un niño que compartía mi amor por la lectura y la escritura, también se refugiaba en el aula. No éramos mejores amigos, pero él me dejaba leer los manuscritos de sus novelas. Era mucho más artístico que los otros niños, y los chicos se burlaban de él por no ser lo suficientemente “masculino”.
Un día, nuestros compañeros decidieron encerrarnos en el aula. Luego empezaron a burlarse de nosotros. Podías escuchar las risas y las bromas a través de las puertas cerradas y las ventanas abiertas. Saltar por la ventana no era opción a menos que quisiera arriesgarme a fracturarme algo. Más tarde empezaron a decir que nos habíamos besado, lo que era mortificante en esa época, además de falso.
Algo similar volvió a suceder durante otro recreo.
Finalmente me atreví a contarle a mi profesora jefe. Ella me creyó, y eso cambió mi vida. Mis compañeros no me volvieron a encerrar y el colegio aprobó planes para cambiarme a otra clase. Fue la mejor decisión de todas.
No me toca a mí contar la historia del chico que también fue acosado, pero sé que todo lo que soportó, también le dejó huellas de por vida.
Durante muchos años, traté de pasar desapercibida, dejé de participar en clases e incluso permití que mis calificaciones bajaran. Pensaba que así los profesores no comentarían sobre mi desempeño académico y dejaría de ser el blanco de envidia y bromas pesadas. Me corté el pelo durante uno de los viajes de mis padres. Después intenté alisarlo.
Hasta ahora, cuando siento que otra persona cierra una puerta con llave, inconscientemente tiendo a ponerme en alerta.
El lado positivo
A veces me pregunto qué hubiera pasado si hubiera cambiado de escuela apenas comenzaron las bromas, la exclusión y la intimidación. Pero la realidad es que es una pérdida de tiempo pensar en ello. Y mi tiempo es muy valioso.
Mis experiencias me han permitido crecer y ahora trato de ayudar a otros. La intimidación y el bullying no son un problema de niños o de adolescentes. He visto acoso en el trabajo e incluso entre mujeres adultas. En internet, siempre corres el riesgo de sufrir de acoso cibernético. Muchas amigas cerraron sus blogs cuando los comentarios negativos y ataques gratuitos llegaron a un nivel insoportable.
Por eso me tomo el tiempo de hacer talleres con adolescentes y realizar eventos que enseñen la importancia de ser amables, respetuosos y generosos con los demás. Hasta colaboro con empresas como Dove y Google que están tratando de mejorar las cosas para los niños y jóvenes, especialmente las chicas.
Lo que viví y cómo lo superé me permitió ser una mejor madre. Porque incluso si no puedes controlar lo que otros te hacen, nunca olvido que puedes controlar tus propias acciones y reacciones. Es algo que no me canso de repetirle a mis hijos y a quienes asisten a mis charlas.
Las lágrimas, el dolor, la impotencia y la desesperación se pueden transformar en algo positivo. La amabilidad ayuda y transforma vidas. Espero lograr transmitírselo a mis hijos.
Sin embargo, sé que no todas las historias tienen un final feliz. Según los CDC (Centros para el control y prevención de enfermedades de EE.UU.), el suicidio es la tercera causa de muerte entre los jóvenes. Es decir, aproximadamente 4.400 adolescentes se quitan la vida cada año en EE.UU. Más del 14 por ciento de los estudiantes de la secundaria ha considerado el suicidio, y casi el 7 por ciento lo ha intentado. Según investigaciones de la Universidad de Yale, las víctimas de acoso escolar tienen entre 2 a 9 veces más probabilidades de considerar el suicidio que quienes no han sufrido de bullying. Los adolescentes de la comunidad LGBTQ tienen un mayor riesgo de ser intimidados, y 160.000 niños se quedan en casa todos los días en los Estados Unidos porque han sido objeto de burlas, exclusión o amenazas. Puedes encontrar más recursos para ayudar o encontrar apoyo aquí y aquí.
Por favor dale importancia al bullying. Créele a las víctimas. Más importante aún: no te hagas cómplice de la situación. Además, brinda un buen ejemplo a tus hijos. Eso les enseña mucho más que las palabras. Las frases bonitas se las lleva el viento, pero las acciones concretas valen más que mil palabras.
Después de publicar mi historia en inglés, me llegaron decenas de mensajes muy bellos. Les agradezco infinitamente sus palabras. Sin embargo, valoro aún más la valentía de una persona en particular que a lo largo del tiempo ha tratado de enmendar sus errores y me ha pedido disculpas varias veces. Espero que así como la perdoné, ella encuentre la manera de disculpar a la niña que fue tan cruel conmigo.
No sólo tenemos que ser amables con los demás, sino con nosotros mismos.
Read in English: How Bullying Changed Me